jueves, 11 de febrero de 2010

Kentucky's Derby (3)

El viernes en la tarde, salimos a la terraza del salón de prensa y yo traté de describir la diferencia entre lo que veíamos ahora y lo que ocurriría mañana. Esta era la primera vez que venía a un Derby en 10 años, pero antes de eso, cuando vivía en Louisville, yo solía venir cada año. Ahora, mirando desde el salón de prensa, apunté al gran prado verde encerrado por la pista. “Todo ese lugar,” le dije, “estará repleto de gente; 50 mil o más, y muchos de ellos se caerán de borrachos. Es una escena fantástica: miles de personas desmayándose, llorando, copulando, pisoteándose unos a otros y peleando con botellas de whisky rotas. Tendremos que pasar algo de tiempo allí, pero es difícil moverse, hay demasiados cuerpos.”

“Es seguro allí?” Podremos regresar?”
“Seguro,” le dije. “Sólo debemos tener cuidado de no pisar el estómago de nadie e iniciar una pelea”. Me encogí de hombros. “Demonios, lo que sucederá al interior del Club, justo detrás de nosotros, será casi tan malo como en el campo. Miles de borrachos tambaleantes y locos, poniéndose cada vez más furiosos a medida que pierden más y más dinero. Para media tarde ellos estarán tragando vasos de menta con ambas manos y vomitándose unos a otros entre carreras. El lugar completo estará rebosante de cuerpos, pegados hombro a hombro. Es difícil moverse ahí. Los pasillos estarán manchados con vómito; la gente se caerá y se agarrará de tus piernas para evitar ser pisoteados. Borrachos meándose en las ventanillas de apuestas. Dejando caer puñados de dinero y peleando para agacharse y recogerlos.”

Él estaba tan nervioso que me reí. “Sólo estoy bromeando,” le dije. “No te preocupes. Al primer indicio de peligro empezaré a rociar este “Chemical Billy” a la gente.”

Él había hecho algunos buenos bosquejos, pero hasta el momento no habíamos visto ese tipo de rostro tan especial que sentía que necesitaríamos para un dibujo perfecto. Era un rostro que yo había visto miles de veces cada vez que había venido al Derby. Lo recordaba, en mi mente, como la imagen de la nobleza del whisky—una mezcla pretenciosa de trago, sueños rotos y una crisis total de identidad; el resultado inevitable de matrimonios entre familiares en una cultura cerrada e ignorante. Una de las claves genéticas de la reproducción de perros, caballos y cualquier otro tipo de pura sangre es que la endogamia tiende a magnificar los puntos débiles de un linaje tanto como los factores fuertes. En la reproducción de caballos, por ejemplo, hay un riesgo grande en cruzar dos caballos rápidos que son al mismo tiempo un poco locos. La prole será muy rápida, pero también muy loca. Así que el secreto de la reproducción de pura sangres es retener los rasgos positivos y eliminar los negativos. Pero la reproducción de humanos no ha sido supervisada con sabiduría, particularmente en la cerrada sociedad sureña donde el tipo más radical de endogamia no sólo está aceptado, sino que es mucho más conveniente—para los padres—que permitir a sus hijos elegir libremente a sus parejas, por las razones y en las formas que ellos consideraran convenientes. (“Maldita sea, supiste los de la hija de Smitty? Se volvió loca y se casó en Boston con un negro la semana pasada!”)

Así que el rostro que intentaba encontrar en Churchill Downs ese fin de semana era un símbolo, para mí, de toda esa maldita cultura heredada que hace del Derby de Kentucky lo que es.

En nuestro camino de vuelta al motel después de las carreras del viernes le advertí a Steadman de algunos problemas con los que tendríamos que lidiar. Ninguno de nosotros había traído droga, fuese extraña o no, así que tendríamos que conformarnos con el alcohol. “Tienes que tener en mente,” le dije, “que casi todo las personas con las que tú hables desde ahora en adelante estará borracha. Gente que parece muy amable a primera vista puede comenzar a discutir contigo, repentinamente, sin ninguna razón” Él asintió, mirando desconcertado. Parecía estar un poco perdido y traté de animarlo invitándolo a cenar esa noche, con mi hermano.

De regreso en el motel, hablamos un rato sobre Estados Unidos, el Sur, Inglaterra—para relajarnos un poco antes de la cena. No había forma de saber, en ese momento, que sería la última conversación relativamente normal que tendríamos. Desde ese punto, el fin de semana se transformó en una borrachera viciosa, en una pesadilla. Quedamos completamente destrozados. El principal problema fue mi anterior apego a Louisville, que me llevaba naturalmente a organizar reuniones con viejos amigos, parientes, etc., muchos de los cuales estaban en pleno proceso de desmoronamiento, volviéndose locos, preparando divorcios, derrumbándose bajo la presión de terribles deudas o recuperándose de horribles accidentes. Justo en la mitad de aquella locura del Derby, un miembro de mi propia familia tuvo que ser internado en una clínica psiquiátrica. Eso agregó una cantidad cierta de tensión a la situación, y dado que el pobre Steadman no tuvo ninguna posibilidad de elegir sino aceptar lo que le viniera encima, él tuvo que enfrentar shock tras shock.

Otro problema fue su hábito de retratar a la gente que conocía en las muchas situaciones sociales a las que yo lo arrastraba--y luego regalarles los dibujos. Los resultados fueron siempre desafortunados. Le advertí muchas veces sobre permitir a los sujetos ver sus horrible dibujos, pero por alguna perversa razón continuaba haciendo lo mismo. En consecuencia, comenzó a ser visto con miedo y asco por casi cada persona que veía o incluso escuchaba sobre su trabajo. Él no podía entenderlo. “Es una broma,” insistía. “Por qué se enojan? En Inglaterra es absolutamente normal. La gente no se molesta. Ellos entienden que sólo estoy haciendo una caricatura.”

“A la mierda Inglaterra,” le dije. “Esto es el centro de Estados Unidos. Esta gente considera que tú los estás insultando brutalmente. Mira lo que pasó anoche, pensé que mi hermano te arrancaría la cabeza.”

Steadman movió su cabeza tristemente. “Pero él me agrada, me pareció un tipo muy honrado y decente.”

“Mira, Ralph,” le dije. “Dejémonos de bromas. Tú le regalaste un retrato horrible. Era la cara de un monstruo. Se lo tomó muy mal.” Me encogí de hombros. “Por qué diablos crees que nos fuimos del restaurante tan rápido?”

“Pensé que había sido por lo del Mace”, le dije.

“Qué Mace?”

Él sonrió. “No te acuerdas que tú le lanzaste Mace al mesero?”

“Maldición, eso no fue nada,” le dije. “Fallé…y de todas formas teníamos que irnos.”

“Pero nos cayó a nosotros,” me dijo. “El cuarto estaba lleno de ese puto gas, tu hermano no podía parar de estornudar y su esposa estaba llorando. Me dolieron los ojos por dos horas. Yo no podía ver lo que dibujaba mientras regresábamos al hotel.”

“Es cierto,” le dije. “Esa cosa cayó en su pierna, no es verdad?”

“Ella estaba enojada,” me dijo.

“Sí, bueno, de acuerdo…sólo imaginemos que la cagamos por partes iguales esta vez,” le dije. “Pero desde ahora en adelante tendremos cuidado cuando haya gente que conozca. Tú no vas a dibujarlos y yo no les lanzaré gas lacrimógeno. Vamos a relajarnos y a beber.”
“Claro”, dijo. “Seremos nativos.”



***

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