lunes, 1 de febrero de 2010

EDITORIAL

Damas y caballeros: estamos flotando en el vacío


Todo nace a partir de una simple verificación: somos una generación anestesiada por la superabundancia de estímulos y datos provenientes de Internet y otros medios. Frente al drama que se desarrolla en las calles y las poblaciones de nuestra mestiza Metrópoli mostramos una indiferencia, una frialdad que es, a todas luces, incomprensible: ¿son más reales las tragedias ficticias que vemos repetirse, una y otra vez, en las pantallas de cines, computadores y TVs que los que estallan casi al lado de nuestras puertas? ¿Es más verdadera la sangre que vemos derramada en los noticiarios (reflejando siempre problemas lejanos, ajenos al presente chileno) que la que todos los días es limpiada de las calles de nuestros suburbios? ¿Por qué parece conmovernos más la realidad de un Haití arrasado por un terremoto (apelando directamente a nuestras “malas conciencias”) que la de las familias que vemos sobrevivir a la intemperie en las calles de Buenos Aires o Santiago?

Estas cuestiones denotan hasta qué punto nuestras conciencias se hallan insensibilizadas para reaccionar ante las injusticias a las que nos tiene acostumbrados el sistema económico-social instaurado tras el golpe militar de 1973. Estamos cerrados para cualquier sufrimiento que no sea el reflejado en las pantallas, empantanados en un marasmo que los mismos medios de comunicación (cooptados ideológicamente) alientan con su repetida preferencia por los espectáculos banales. En los pocos momentos en que este flujo de imágenes de ininterrumpido carnaval ceja de circular, se nos ataca con un discurso cuasi hipnótico acerca de los logros alcanzados por la ejemplar democracia chilena.

Este modo de operar de los medios tiene una acción narcotizante sobre la voluntad de las personas, y, más aún, sobre la capacidad crítica y da por resultado la aparición de individuos que poseen por principal característica la de descreer & desconfiar a priori de cualquier propuesta de cambio, sin siquiera analizar los pros y los contras en juego. Esta raza de “emprendedores” e “independientes” (en los que se realiza el milagro de la Inmaculada Concepción, por cuanto parecen no tener padres ni estar ligados a ninguna tradición o programa que los anteceda o por lo menos identifique), preocupados por su propio bienestar, totalmente funcionales a los fines del sistema, son la triste herencia de casi 40 años de aplicación descarnada del Capitalismo en Chile.

En relación a tal estado de cosas, la pregunta fundamental que debemos hacernos es: ¿tiene fuerza alguna nuestro escepticismo?; ¿representa nuestra distancia, nuestra indiferencia frente al flujo caótico del mundo el último grado de la invalidez espiritual, o es tan sólo el pasmo que precede a la reacción furibunda, la detención antes del acto? En una época que hace de la ironía y el sarcasmo más burdos las únicas válvulas de escape para la tormenta interior que arrastramos, responder esta cuestión se torna de necesidad imperiosa.

No se trata de sublimar unas vidas inactivas otorgándoles un sentido que se demuestre débil manoteo o apresurada reacción con el devenir de los años,

se trata de instalar un Norte real dentro de la rosa ilusoria de los acontecimientos manipulados mediáticamente, un frente de batalla a la nada que demostramos ser al final de cada día perdido en este país de usureros & cristianos exaltados, de higiénicos pederastas,

se trata de oponerse con tozudez, con obstinación de adolescente (verdaderos apóstoles hoy, cuando nadie se opone a nada y todo es tolerado) a ese discurso que dice que no hay nada más allá de las fronteras ya trazadas, que vivimos en el mejor y más próspero de los mundos posibles, sabiendo que hay más de ceguera que de certeza en nuestra búsqueda, más de pura voluntad que de plan detallado punto * punto,

se trata de negar lo que debe ser negado y de evitar toda genuflexión que nos vuelva más esclavos de una realidad en la que no creemos y con la que, sin embargo, nos vemos obligados a convivir,

se trata de exaltar la preñez de los pequeños heroísmos, de las escaramuzas perdidas contra el gran Chacal del Dólar,

se trata de volver a decir “basta”,

pero, por sobre todo, se trata de no engañarse; porque la pulsión más potente de nuestros días es la de mistificar la sociedad que nos rodea, maquillando sus crímenes y horrores (Lonquén y Pisagua son las máximas expresiones de este ocultamiento), haciéndonos insensibles a la miseria que impone sobre los barrios y los cuerpos, y, peor aún, la de mistificar las propias motivaciones que nos mueven, para alivianarnos de una responsabilidad que nos negamos a cargar.

Es contra esa retórica de la imposibilidad, instalada en primer lugar dentro de nuestros esquemas mentales, contra la que hay que alzarse, oponiendo a su inercia nuestra experiencia de la transformación & el derrumbe, la cruel constatación del fracaso de varios experimentos precedentes (muchos, no todos) como eje que canalice nuevos ímpetus y bríos, todavía informes, pero que ya comienzan a dibujarse como tornados en el horizonte.

Porque hay que alzarse, no seguir esperando la llegada de otro Mesías, político o religioso, con un discurso ya estructurado, monumental, que responda las inquietudes que hoy nos paralizan y nos impelen a abandonarnos a la desidia. Aguardar el arribo de la buena nueva, la instauración del paraíso tantas veces prometido, es perder el tiempo estúpidamente.

Es cierto que, a simple vista estas proposiciones pueden parecer descabelladas, en especial porque nos hallamos hundidos en una noche artificialmente provocada, una especie de invernadero para voluntades muertas de antemano. Sin embargo, nos parecen un punto de partida sobre el cual comenzar a elevar las banderas, porque, usando las palabras con que Artaud cierra su “No más obras maestras”: “Hay aquí un riesgo, pero en las presentes circunstancias me parece que vale la pena aventurarse. No creo que podamos revitalizar el mundo en que vivimos, y sería inútil aferrarse a él; pero propongo algo que nos saque de este marasmo, en vez de seguir quejándonos del marasmo, del aburrimiento, la inercia y la estupidez de todo”.

Este llamado a las armas dista enormemente de ser el grito de guerra de un grupo de barbones perdido en una sierra (con todo el respeto que nos merecen las sierras y las barbas). Es más bien la invitación a un tipo de quehacer en apariencia de “baja intensidad”, pero metódico en sus fines: resistencia contra un orden de cosas que nos embrutece, pauperizando las expectativas que podamos alentar de la vida y los mundos ideales que podamos generar. Sin estridencia ni grandes aspavientos, determinados a librar un combate que ya no se desarrolla en las selvas o en los contrafuertes cordilleranos, sino que toma lugar en las mentes de cada ciudadano y en lo que hoy son sus espacios públicos: internet y sus encrucijadas virtuales –una ciberlucha constante. Al modo de la guerrilla, se debe efectuar una labor de zapa, atacando los sentidos que se nos quieren imponer como únicas alternativas posibles de comportamiento y acción:

-Una moral “flexible”, “liberal”, que demuestra su intolerancia y saca sus garras cada vez que se debe discutir sobre temas trascendentes (aborto, eutanasia, despenalización del consumo de ciertas drogas, derechos para las minorías, democratización de la cultura).

-Una política de cavernícolas que ha empobrecido toda noción de país hasta reducirla a una idea fálica de patrones e inquilinos, clases triunfadoras y clases explotadas, eliminando cualquier reivindicación de los aspectos místicos de nuestra nacionalidad, de nuestro “ser chilenos” –Chile es mucho más que una larga verga llena de sangre y semen.

-Un neofeudalismo económico que pugna por limitar al mínimo los derechos de la clase trabajadora bajo el lema de la “flexibilidad laboral”, y que ha ampliado como nunca antes la brecha existente entre ricos y pobres.

Todos estos aspectos de la actual convivencia debieran llamarnos a la reflexión e incluso a la alarma, puesto que silenciosamente se están sembrando las semillas para una futura catástrofe social -que quizás no se presente durante esta generación, pero que si podría asolar a las venideras-, semejante a la vivida por Argentina en 2001 y que todavía pesa sobre dicho país bajo la forma de un absoluto divorcio entre la sociedad civil y el mundo político, de unos índices de marginalidad aterradores. La visión de un país en ruinas y nuestra propia historia reciente deberían ponernos en guardia, despertando nuestras conciencias para la lucha que se avecina.

Nos encontramos en un umbral peligroso, justo en el punto en que la comedia de equívocos que ha sido nuestra democracia puede tomar un giro trágico inesperado. Es por esto que debemos estar tan atentos como los centuriones romanos, apostados en las regiones más oscuras del Imperio, listos para lanzar la voz de advertencia a la desprevenida nación:

Cuidado ciudadanos, los bárbaros están a las puertas.


Rodrigo Cajas
Manuel Illanes
José Rodríguez
Consuelo Whynot


febrero 2010.


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