martes, 1 de junio de 2010

POEMAS DE CATALINA ESPINOZA

Catalina Espinoza, octubre 1987, Santiago. Ha sido antologada en “Cosecha 2006, muestra de poesía emergente” (Balmaceda 1215, 2007) y en “10 años de poesía en Balmaceda” (Balmaceda 1215, 2010). Ha participado en diferentes talleres literario, entre ellos, los de Balmaceda 1215 y en los de La Sebastiana.

Actualmente cursa cuarto año de Pedagogía en Castellano en la PUCV y participa en el seminario de reflexión poética de La Sebastiana.



Espera
Despierta, Penélope, hija querida
para ver con tus ojos lo que ansiabas todos los días.

La Iliada, Homero


Y mis brazos, ellos devastados, ya no me sirven.
Tengo cárceles en las entrañas
y hongos de mala muerte en las uñas de los pies.

Sueño con hombres de azul marino
y los hijos de éstos no caminan
no comen no sufren no tienen pena.
Yo como árboles mientras los sueño
y como mar y tierra también.

Soy de género, la más amarga de las telas.
Soy bruta
torpe
y triste
y soy bruta, torpe y triste
por saber que se me fueron tus manos y tus piernas.

Tengo una patria sin aduana
y las sábanas mojadas de sangre migratoria.
Oye, todavía no me corto el pelo
y conservo intacto el juego de luces en los ojos,
mas tus miembros, amarillos todos,
se han confinado a la periferia de las poblaciones más terribles
y no entro porque temo de las armas que allí se esconden.
Ya me han robado bicicletas y no resistiría ser violada, nuevamente,
por tu ausencia y tu pérdida.

Puse una bandera negra a la orilla de mi patio
y deje abiertas las puertas de mi cuerpo.
Oye, súmate a mis flores que han sufrido mañaneros cortes.

He dejado mis quehaceres: bordar, tejer, enhebrar agujas
para armar de nuevo tus caderas
con paquetes de fideos, lentejas y porotos.
Pero aún no vienes y, por lo que se ve, no vendrás
aunque la bandera flamee como mi torturado pelo
que espera espera espera
y se va decolorando por la espera.

No tengo más; he vendido mis cosas: ropa, utensilios domésticos,
lápices de colores y calzones
para ver si es que puedo comprar otro parecido a ti,
pero no hay, me dijeron que se habían acabado.

Tengo un dolor suavecito y reciente de tus faltas:
se me descascara la boca y se me parten los talones,
sufro de cáncer en las pestañas y de cólicos en la punta de los dedos,
se me enredan las piernas y, aunque los productos ayudan,
se me cae el pelo a borbotones.
Mis zapatos rojos ya no son rojos
y soy discriminada por tu causa.

(Pedazo de estero, de carne, de florcita seca
me voy desarmando en tu venida)

Pero si acaso llegas,
si por infortunio o trampa de quien te tiene llegas,
por toda la cuadra he repartido velas encendidas,
con los vecinos nos hemos organizado:
todos tenemos pitos para que el que te vea primero lo haga sonar
y así salir todos a tu encuentro.
Reconocerás mi casa
por la bandera negra que se agita sin ganas.


Rascacielos
A María Luisa, por saber volar.

Epígrafe popular: Zancudos y la conchesumadre.

Ay, que me pica tanto todo.
Ráscame desde adentro, en esa construcción tan ventanal que es mi cuerpo a veces.
Adentro, en el punctum de la comezón
donde andan las hormigas más bélicas, las más terribles.

Ahí, ahí mismo
en donde se levanta la zona residencial del cuerpo,
ahí, métete dentro y ráscame.
Por alguna cavidad casual, insondable o misteriosa, seguro que cabes.
Entra por la oquedad del vaso sanguíneo
por las extremidades de palmípedo que aún me van quedando
por la reserva
por el pronóstico
por encelo sulfuroso

Ráscame la boca con tu boca,
el polen con tu polen,
las rodillas con tus rodillas
y la espalda. . .no sé,
preferiría la rascases con otras cosas.

Ráscame hasta el rasguño preciso
para que queden cicatrices en tus uñas.
Súbete a mis dedos, ya no son más vírgenes mis ojos,
métete y ráscame, que tengo una picazón canina a la orilla de los brazos.

Ahí también, cerca de las pestañas se ha incrementado la comezón
y necesito de lengua y diente, o en su defecto, de una boca desalmada:
un misil, cientos de misiles que rasquen.

Enronchada entera estoy por haber dejado la ventana abierta.


Los paseantes
Allí van los dos
en medio de la calle rebosante de árboles de paraguas
Y caminando al son de las hojas que de ahí se caen.

Allí van,
caminando en el mismo circuito concéntrico.
respirando, por cálculo que se ignora, el mismo aire y, tal vez,
pudiéndose pegar las mismas infecciones del ambiente.

Piensan en el vacío que se han provocado:
él está acribillándola en un paredón de flores azules,
mientras ella, sola en una fiesta, lo ve pasar y no quiere mirarlo.
Todo esto mientras caminan juntos a sus respectivas casas,
mientras están a punto de la enfermedad viral,
mientras ella sigue sola en la fiesta
y él ya dejo de acribillarla y piensa en otras cosas.

Todavía no se miran,
pero han tomado el camino largo
por donde les gustaba irse desnudando
en tanto se cantaban la canción de amor del momento.
Ahora no se desnudan,
se conocen tanto que no se atreverán a desnudarse.

Él le está rozando la punta de la lengua
con una oración que a ella le enseñaron, pero que se le olvida.
Le abre los labios le besa los dientes,
pero la mantiene seca en el mismo paredón numinoso;
que son sus manos que son sus piernas,
que son sus dientes que son sus piernas,
sus piernas, porque le gustaban tanto sus piernas.

Aún no la mira
porque no quiere verle los ojos de víctima desaparecida,
porque la quiere mantener en ascuas en un sueño que tuvo donde ella se moría.
Mientras tanto ella sigue sola en la fiesta
Y él pasa y le susurra:
- conchetumadre.
Y ella llora, pero se le pasa.

Ella era la amanecida, la lucecita en medio del llano,
el árbol de frutas más grande de la cuadra,
la princesa Babilonia en su máximo esplendor,
pero eso ella no lo sabía y a él lo olvidaba siempre:
- te creí la muerte ¿o no?
le decía cuando se le acercaba hermosa.
La hacía dormir con un shhh, shhh
para que no soñara feo.

Le toca el dorso el pubis la clavícula,
llega hasta su médula, le huele la sangre
y se deja para sí un pedacito de soma.
Hace una abertura perfecta del cuerpo,
de ese cuerpo que fue todos los días propio,
que lo vendía a pedazos en las piscinas públicas cuando era verano,
siempre con el consentimiento de la dueña,
porque a ella también le gustaba así su cuerpo;
a pedazos, todo roto para poder compartirse y alcanzarse.

Él vuelve a pasar por la fiesta,
donde ella permanece rota.
La mira fijo por entre el vaso y los duraznos,
se anida en sus piernas, porque le gustaban tanto sus piernas.
Y la niña piensa que ya es todo para ella,
pero nunca supo que tenía que compartirlo con todos los comensales.

Era entonces el final del camino, en donde se bifurcan los cuerpos
de los que habían sido amantes, de los que se dolían.
Era el final de la caravana
y una explosión de abismo y pelo cubría el recinto
donde ella, muerta entera, besaba su boca abierta.

Se abre la puerta
y ella lo escupe en sus silencios.
Se dejan. No vuelven a verse. Mejor así.
Aunque el recuerdo de ella le asila el pensamiento
y la sueña presa de su pelo, acribillada fatalmente
con fusiles de besos entremedio de las piernas.

La fiesta acaba de acabarse
y ella es la rompida, ella es ahora la rompida,
aunque nadie la conozca,
aunque no exista estar rompida,
pero las cavidades y aberturas frenéticas
le hacen merecer el nuevo nombre.
Es la venerada, la inmaculada rota
y él, con las mismas bombas de racimo que la coronan
y las guirnaldas que los fieles han dispuesto en los negros pies de ella,
se dispara
y la bomba es confundida con el golpe fatal de la puerta al cerrarse
mientras él, agónico en el comedor,
cree que hubiera sido mejor nunca haber salido
a mostrarle los árboles de paraguas
que habían sido inaugurados cerca de la plaza.



Mortinatos (selección)


Número 0
A veces, me gustaría estar EMBARAZADA
Para que mi feto no quisiera tener una madre
Y me a
bor
_____ta
_________ra.


Número 1
Ya no podía caminar con este niño que me pesaba tanto
que se abrazaba a mis costillas para quedarse dormido
que se amarraba a la cintura el cordón umbilical.

Ya me ganaba el cansancio;
y la transpiración de mujer embarazada
me revestía el cuerpo
me secaba la boca
me tiraba el pelo
me hinchaba los dedos.

Ya no sabía qué hacer con tanta leche derramada por el patio
y los perros me lamían los pies
cada vez que sentían el olor a purita con azúcar.

Mi ropa se iba rasgando semanalmente
y el terrible
calor
de marzo
me rajaba los talones.

Es que tenía catorce meses cumplidos
con este crío en las entrañas
y todavía no le ponía nombre
ni le compraba cuna,
porque lo quería hacer dormir entremedio de mis piernas
con un fondo de sábanas amarillas manchadas con aceite.

Y mientras caminaba, o trataba de hacerlo,
sentía que el niño se me iba a caer
y lo sujetaba para que no se fuera a pegar en la cabeza
cuando eso pasara,
pero por lo general
eso-
nunca-
pasaba.

Y este hijo mío que no quería ser parido
no se daba cuenta que me apretaba los pulmones cuando quería bostezar.
(trate de bostezar en ese estado, le resultara
im
posible)

¡Y es que no puedo seguir amamantando
a los perros de mi hermana
con esta leche que debiera tomársela mi niño!

Ya tengo listas unas alitas de papel de diario
que me llevaron nueve meses de ausencia,
ya le compré una silla de madera celeste
y tengo a mano la cinta adhesiva
para que no se vaya a caer,
pero...
¿Pero cómo lo llamo para que salga?
¿Cómo le saco la foto de niño recién
nacido?
¡Cómo me lo arranco del útero!

Hace algunas semanas sentí que se resbalaba,
que se daba vueltas,
que me apretaba los ovarios con sus manitos sin uñas
y ahora
no
siento
nada,
parece que se quedó dormido.


Número 2
Yo, que iba a ser tu madrecita de leche en litros;
que iba a ser quien te dejaría tomar agua del centro de las piernas;
que te iba a arrullar despacito con una canción sietemesina;
que te iba a poner nombre extranjero.

Yo, que iba a ser la madrecita de la montura,
esa a la que se le mojaba la ropa que dejaba secando al sol con suero salido del ombligo;
que te iba a meter en la matriz ametrallada apenas pudiera
para que vieras lo que se siente de nuevo y de paso yo pudiera sentir de nuevo.

La que te iba a amamantar en medio de la plaza hasta los cuarenta y cinco.
La que tuvo que parir despacio con contracciones rellenas
y entonces ya sabía que ibas a ser hombre.
La que te enseñó a escribir con ramitas secas el abecedario.

Yo, que iba a ser tu madrecita selva,
la que te esculpió el cuerpo con migas de pan,
la que te hizo testículos dorados y penes amarillos.
Yo, la que se desnudaba para sobarte las piernas,
la que nunca te dejó solo para ir a comprar el pan,
la que te cosió el nombre, la dirección y la edad a la espalda,
la que te marcó con tierra la cabeza

Yo, que te amarré a un cajón de manzanas
para que no te me arrancaras con otra que tuviera leche con chocolate.
Yo, la que te crié para que me lamieras el cuerpo cuando hiciera frío
y para que me lo sobaras en un choque de piernas cuando hiciera calor.

Yo, la que se desangra para darte leche con frutillas.
A la que le doliste primero y a la que le sigues doliendo,
porque quedé rota, con una costra que me llega hasta las rodillas.
La que quedó con las piernas moradas de tanto chuparte la pelvis
de tanto cortarte las uñas.


Y es que ahora un desastre, una explosión añeja
me da en el corazoncito de mamita enferma
me voy muriendo de pena si mi niño no viene a verme.
Si no me dice: “mi mamita” con su voz de hombre
si no se acuesta conmigo
si no me muerde la lengua con sus dientes de leche.


Número 3
Porque tengo el vientre florecido de árboles perennes,
porque en mis ovarios crecen las flores cada quince días,
porque en la matriz tengo un bosque tardío,
inmensamente gobernable.

Porque de cada óvulo fecundado
-por quién sabe quién y quién sabe dónde-
han nacido pájaros volantes: mariposas amarillas y Mauricios Babilonias,
porque tengo bordadas las trompas con hilo de remiendos
y teñida la sangre con azul de metileno.

Porque constantemente en mi estómago
se mueve el mundo
se abren ventanas
se crían niños
se ahorcan personas
y vuelven a criarse niños.

Será porque cada cierto tiempo
se producen incendios forestales entremedio de mis piernas,
que son apagados sólo con el estallido oportuno
de mangueras que se sumergen hasta los bordes .

Tal vez sea por eso que siento a los hijos ajenos
en una placenta llena de agua con azúcar
que no tengo,
que se me hinchan las tetas
y se llenan de sudor lácteo todas mis poleras,
que el cuerpo se me ha llenado de moretones
por las pataditas que no me dan,
que me despierto a las cinco de la mañana
con contracciones maravillosas,
quizás es por eso,
porque estoy llena de ramitas florecidas
que me salen hasta por la boca,
que mantengo sueños prolongados
con niños que se quedan dormidos en mi pecho
y que se pierden en la Estación Central.


Número 5

I

Ella
no quería seguir teniendo hijos de su primo hermano.
Le contaría una mentira para que no se la siguiera follando mientras dormía,
luego trancaría la puerta con los que inevitablemente le nacieron.

Tenía entonces
las piernas teñidas con sangre materna
y cinco meses en el resto de su cuerpo, mas
aún así se haría la dormida para que su primo hermano se metiera por la ventana
que ella,
sin querer, dejaría sin trancar.

Y él,
mientras le tomaba la leche purita directamente traída desde un Consultorio en llamas,
arrullaría con los pies a los otros niños que esperaban su turno,
luego ella
diría que no se ha dado cuenta, que no está al tanto del asunto que no sabe
de qué le hablan
y sumaría a los cinco meses otros dos.

Ella
escondería debajo de su cama a los niños que estarían separados por edad,
color de piel mes en que fueron engendrados y paridos,
llanto correspondiente a medidas kilométricas,
enfermedades respiratorias, peso,
pérdida de extremidades y síndromes varios.
De éstos,
los que correrían mejor suerte serían
devorados por las lauchas que habitaban su velador.

Los vecinos del pasaje supondrían
que ella
practica inmoralidades vespertinas, sin embargo
seguirían confiándole a sus hijos entre las doce y las cuatro de la tarde:
horario en que pasarían por televisión
“Esmeralda”, la hija que le nació puta al doctor del pueblo,
por eso a ellos
no les importaría que semana por medio se cortara la luz del pasaje
porque uno de sus hijos se colgó del poste,
siempre y cuando fuese después de la teleserie del momento.



Ella
no soportaría tantas luces en la cuadra y por eso
colgaría a los niños de la mano de los otros niños
que de a poco iban saliendo de debajo de la cama:
preferiría la oscuridad para aquellos furtivos encuentros con su primo hermano.


Él,
por su cuenta,
llevaría la sumatoria de los abortos
que ella
se habría propinado
con sarcomas de Kaposi en su espalda
y en las piernas tendría marcadas las manitos de los hijos que le nacían.

Él
negaría tanta cosa y diría
que no le gusta su espalda con moretones y que Kaposi, el artista,
especialista en cuerpos pintados,
haría una función para los niños de la villa:
¡todos están invitados!
hasta los de debajo de la cama.
Función en la que él
remplazaría al ayudante de Kaposi y participaría del tinte en la piel,
después dedicaría el vilipendiado acto a ella
que lo esperaría en posición supina
y con música de niño que duerme la siesta

II

Ellos
eran los padres de los niños que habitaban
La República Independiente de Debajo de la Cama,
eran los que mataban a cucharadas,
eran la exageración de la carne abierta,
eran los que mantenían el negocio ilegal
de la venta de leche purita en las ferias libres,
eran los amantes más buscados del pasaje,
eran los hijos de la Silvia y la Rosenda,
-hermanas de padre y madre por ese entonces-
eran primos hermanos, los desentendidos de la villa y, por sobre todo,
eran la abundancia de tanto niño nuevo en un vientre carnoso.
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3 comentarios: on "POEMAS DE CATALINA ESPINOZA"

yunyunyun dijo...

escribe la raja esta loquita
pero lee mejor

vio le ta dijo...

los lei todos...
me fascinaron!!!!!!!!!!!!

Anónimo dijo...

"Número dos" es potente.

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