martes, 17 de agosto de 2010

ANATEMAS, de René Silva Catalán

Existe un movimiento particular en la poesía contemporánea que se inicia con la publicación de Las Flores del Mal de Charles Baudelaire y que tiene como centro de su temática el ataque de la espiritualidad dogmática del cristianismo, que ha generado una extensa genealogía de nombres, entre los cuales podemos mencionar a Lautreamont, T.S. Eliot y Fernando Pessoa. Para esta corriente, la impugnación de las verdades impuestas por la Iglesia Católica es una misión ineludible a la hora de generar una nueva espiritualidad y un acercamiento inédito a Dios, que no se rija por las restricciones establecidas por los acólitos más severos de la Cristiandad.

Dentro de este movimiento podemos situar los Anatemas del poeta Silva Catalán. El objeto principal del texto es instalar un alegato -en todos los niveles- contra esta espiritualidad torcida y estéril que aún pervive en la cotidianidad de la geografía íntima de las ciudades y pueblos de Chile. El libro funciona en su negación de las verdades trascendentes de la religión católica, representándonos el cristianismo como una especie de retablo que se despliega a través de una serie de eventos, símbolos e imágenes que saturan la vida diaria de los hombres (la figura del Salvador, la Cruz, las distintas estampas de los santos, festividades tales como la noche de San Juan, la Pascua, etc), un teatro de actores muertos que ya no celebra ni asume la presencia de Dios sino que manifiesta su alejamiento de nuestra existencia.

El texto que mejor resume esta denuncia del cristianismo, como representación espuria de la que hablo, es “Dunguve”. Silva Catalán utiliza una imagen realizada en un lugar no santo (un baño) como metáfora de la divergencia que se produce entre el deber ser que propone la religión y la realidad mezquina y decadente de la práctica diaria:

“La procesión del día sigue siendo el rito
de la muchedumbre religiosa tan extraña
como un puñado de centímetros

La verdad es que los santos grafitiados
en el baño de mi junta de vecinos
seguirán siendo hippies anhelando
ser Jesucristo Superstar en los vitrales de parroquias
que ya ningún vecino visita

Todos ellos han muerto con la jubilación del diezmo
se han llevado la pensión para velas
me lo contó la banca donde ya no descansan las abuelitas
sus trenzas de tierras analfabetas

Las capillas hoy ya no conceden el mismo socorro hoy
se diseñan plásticas mis animitas
jugueteando a hacer dedo a orillas de la cinco sur”
(Dunguve, página 28)


Contra el orden de cosas anteriormente descrito, la voz poética se plantea en total rebeldía:

“Ahora ya sé quién soy
mujer madre nunca pontífice

No soy

la súplica mal leída y alucinada
del Padre Nuestro al morir no

Soy quien se arrodilla
ante el nacimiento
ante la muerte ante la resurrección
ante la bronca del pan y del vino”
(Intelectus, página 21)

La alternativa que propone Silva Catalán a este universo degradado de creencias está vertebrada por una adhesión a ciertos principios provenientes del ocultismo que afloran en las páginas de Anatemas. Son visiones utópicas, parciales reconstrucciones de un mundo al que debemos aspirar:

“Silencioso sopla su IAO sana

Esta iglesia descosida en la horqueta desayunando
mermelada casera de Gomorra
espesada anoche por mi abuela

Su pureza nos vierte
estos mares en llamas
rebalsándose de reír

Si el verano alargara hasta Mayo
es posible que despierte
todas estas imágenes”
(Sueño de verano, pág. 19)

De acuerdo al Glosario Teosófico de H. P. Blavatsky, IAO corresponde al “Dios supremo de los fenicios: “La luz sólo concebible por el intelecto”, el principio físico y espiritual de todas las cosas, “la esencia masculina de la sabiduría”. Es la luz solar ideal. [Entre los fenicios, IAO es un dios supremo cuyo nombre secreto y trilateral encierra una profunda alegoría. Es un “nombre de misterio”. Entre los caldeos, IAOS era asimismo el nombre de la divinidad suprema, entronizada sobre los siete cielos representando el espiritual principio de la luz, y era también concebido como Demiurgo. Etimológicamente considerado, IAO significa “aliento de vida” (Pág. 270, tomado de la primera traducción inglesa de 1892). El componente fundamentalmente utópico que tiene la invocación a este ser mistérico, no invalida su poder subversivo: la invitación es a realizar este sueño, aún cuando la concreción de éste sólo pueda efectuarse en la realidad que supone el éxtasis personal o la expresión poética misma.

Esta misma ligazón con los elementos del ocultismo se refleja en la frase que conforman las dos secciones del libro: IGNEA NATURA + RENOVATUM INTEGRA. Dicha frase, tal como muy bien lo expone C. Henrickson en un artículo reciente sobre Anatemas, “remite a una expresión que se podría traducir como La naturaleza se renueva completamente por el fuego –máxima alquímica y masónica que reinterpretaba la sigla INRI, puesta según la tradición a la cabeza de Jesús en la cruz”. La renovación que conlleva el fuego en la Naturaleza, supone una destrucción previa que halla eco en algunas partes del texto:

“El horizonte construyendo(se) agita
los precarios dedos predicen una
Santa huyendo
A la osamenta del arcano XV”.
(Lapsus Dei, página 17)

Recordemos que el arcano XV corresponde al Diablo, la personificación del mal y los elementos que conllevan a la aniquilación: “Arcano decimoquinto del Tarot. Aparece como Baphomet de los templarios, macho cabrío en la cabeza y las patas, mujer en los senos y brazos. Como la esfinge griega, integra los 4 elementos: sus piernas negras corresponden a la tierra y a los espíritus de las profundidades; las escamas verdes de sus flancos aluden al agua, a las ondinas, a la disolución; sus alas azules aluden a los silfos, pero también a los murciélagos por su forma membranosa; la cabeza roja se relaciona con el fuego y las salamandras. El diablo persigue como finalidad la regresión o el estancamiento en lo fragmentado inferior, diverso y discontinuo. Se relaciona este arcano con la instintividad, el deseo en todas sus formas pasionales, las artes mágicas, el desorden y la perversión” (Diccionario de los símbolos, J. E. Cirlot).

Los rasgos que hemos podido vislumbrar en Anatemas denotan ciertas características que Maurice Blanchot ha resumido en un artículo acerca de la Palabra Profética (El libro que vendrá, Blanchot Maurice, Monte Avila Editores, 1991, págs. 93-94): “Neher ha juntado los rasgos más constantes de la existencia profética: el escándalo, la impugnación. “No Paz” –dice Dios. La “No Paz de la profecía se opone tanto al sacerdocio espacial –el que sólo conoce el tiempo de los ritos y para el cual la Tierra y el Templo son los lugares necesarios de la alianza- como a la sabiduría profana. Palabra, pues, escandalosa, pero que es escándalo primero para el profeta. De repente un hombre se convierte en otro. Jeremías, suave y sensible, debe convertirse en un pilar de hierro, en una muralla de bronce, porque habrá de condenar y destruir todo cuanto ama. Isaías, decente y respetable, tiene que despojarse de su ropa: durante tres años anda desnudo. Ezequiel, sacerdote escrupuloso que nunca faltó a la pureza, se nutre con alimentos cocidos en medio de excrementos y mancha su cuerpo. A Oseas el Eterno le dice: “Cásate con una mujer de prostitución: que te dé hijos de prostituta, porque el país está prostituyéndose” y aquello no es una imagen. El matrimonio mismo profetiza. La palabra profética es pesada. Su gravedad es el signo de su autenticidad. No se trata de dejar que hable el corazón, ni tampoco de decir lo que agrada a la libertad de la imaginación. Los falsos profetas son amenos y simpáticos: bufones (artistas) en vez de profetas. Pero la palabra profética se impone desde afuera, ella es el Afuera mismo, el peso y el sufrimiento del Afuera”.

En el libro de Silva Catalán se distingue esta lucha, este esfuerzo por impugnar el estado de muerte espiritual que ha supuesto la práctica del Cristianismo a contar de su imposición sobre las religiones originarias de Latinoamérica, gesto mediante el cual la Palabra se vuelve a situar en el desierto para denunciar todos los vicios establecidos por las sociedades modernas, resituando su mirada desde una perspectiva femenina (“Ahora ya sé quién soy / mujer madre nunca pontífice”), con el objeto de rescatar esa sabiduría / légamo que permanece oculta tras las capas de civilización y catecismo.

Los mecanismos del texto permiten que la denuncia mencionada se logre, evitando la instalación de un estilo monumental o de una voz poética hipertrofiada: lo que distingue a Anatemas de otros textos con vocación profética es la conformación de un hablante cuyo tono está marcado por sus búsquedas de lo arcano, y que, al mismo tiempo, sostiene estos temas a partir de acercamientos a una cotidianidad totalmente reconocible, tal como se grafica en un texto como “Septiembre tres”:

“La gente / el bus / las estrellas/ sin horizonte
La muerte / acaso / bañarse / mi amor / te amo hija / soñando
mirarse / curioso / tengo canas / solitario / con Cristo / me duermo”.

Y es que en Anatemas se cruzan dos de las líneas que han determinado la poesía chilena del último siglo: la corriente subterránea, marcada por poetas como Omar Cáceres, R. del Valle, H. Díaz Casanueva y otros, que aspira a imponer temas de una espiritualidad más densa, y la que desciende directamente del trabajo seminal de Pezoa Véliz, que se encuentra con los dos pies firmemente establecidos en la realidad de un pueblo que sigue estando bajo el látigo del opresor. El principal mérito del texto es poder beber de estas fuentes, instalando un imaginario propio que es resultado de la combinación de estas dos líneas y no tributaria de una de ellas en particular.
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4 comentarios: on "ANATEMAS, de René Silva Catalán"

Mauricio Huenún dijo...

Me gustaron los poemas de Silva Catalán
¿Dónde y por cuánto consigo el libro?

Mauro Huenún
maurohf3@hotmail.com
8 573 99 97

Anónimo dijo...

Mauro:

Puedes contactar a Silva Catalán al siguiente mail:

dunguve@gmail.com

Saludos!!!

CN

CristianSalte dijo...

excelente, hay que se algo para que venga a regiones

Cristian Saldivia

georgina canifrú dijo...

gran trabajo, el de René y el de Manuel, saludos!

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